Cuento con moraleja
Erase una vez un pajarito y una pajarita, los dos vivían en
la misma ciudad, cuando comenzaron a volar se conocieron, en vuelos
intermitentes, pero no se pasaron inadvertidos desde el primer día… los años
fueron transcurriendo, inviernos, veranos, primaveras floridas, otoños grises y de
hojas crujientes bajo los pies…ni siquiera recordaban de qué o de donde se conocían,
pero en su corazón había quedado reflejo
uno del otro…
La vida fue transcurriendo y los pajaritos, con sus felicidades,
con sus cuitas, con sus triunfos y con sus fracasos iban transitando por la
vida. En el momento más espléndido de su vida, pues los dos estaban en plena madurez, aconteció que ambos pajaritos enfermaron, sus
dolencias eran crónicas, sus vidas se trastocaron, su pensamiento cambio, su
forma de ver la vida, también.
La pajarina era muy romántica, soñadora, dulce, frágil y
mimosa. El pajarin era pragmático, realista, con el corazón lleno de algo que
nunca había conseguido llenar…
Al transcurrir en ambos paralelamente sus enfermedades,
comenzaron a coincidir en un campo donde ambos podían comer, y ahí empezaron a
contarse sus sentires, como luchaban por
no hundirse en el abandono, como hacían para no sucumbir al olvido de sí mismos
y como darle la vuelta a la adversidad y convertir toda su trayectoria al lado
positivo.
El pajarin comenzó a desear a la pajarina, y esta, a su vez,
comenzó a ver en el pajarin algo más, pero no adivinaba muy bien que. Ella, había
conseguido superar todos los obstáculos que su enfermedad le había ido
poniendo, se había crecido por dentro, se había reforzado, se había reinventado,
era feliz; se sentía más viva que nunca, más segura en su interior, sabía que tenía la clave del universo para
hacer fáciles las cosas, para asimilar y asumir todo, sentía un profundo
equilibrio, por primera vez en su vida no tenia ¡ prisa!... había comprendido
que lo que tenía que fluir fluía y ella solo tenía que dejarse llevar…
El pajarito en este sentido interior tenía todavía que
evolucionar, todavía no había comprendido que no hace falta correr para llegar
al destino, que caminando se disfruta más del paisaje, se aprecian más los pequeños
y hermosos detalles, no se fatiga la mente ni el cuerpo y se disfruta de todo,
hasta de lo más mínimo, y, cuando se llega al destino la plenitud es total.
Moraleja, déjate llevar por la corriente, no ofrezcas
resistencia, pero tampoco fuerces los impulsos del agua pues es inútil adelantar
lo que todavía no tiene que ser.
Luisa Martínez-LILITRANA
Dedicado a todas las personas con un punto de impaciencia.
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